Salí de casa con la idea fija en la cabeza: claudiaZOI ( compañera de trabajo y excelente persona ). No existía una canción que llevara su nombre, o al menos, eso era lo que ella creía. Era un reto, un desafío que me había lanzado al aire en nuestra última conversación y que ahora me rondaba sin descanso. Era un estupendo día de septiembre en A Coruña que invitaba a pasear y despejarse, así que decidí aprovechar el clima y caminar hacia el puerto. Tenía una cita no escrita con las olas del mar y tal vez, solo tal vez, encontraría la melodía que andaba buscando.
Pasé por la terraza de lolaZOI, donde, como de costumbre, pedí un café con leche. El sol acariciaba las mesas y la brisa marina traía consigo el rumor de los barcos. Mientras sorbía el café, dejé que mis pensamientos se dispersaran. «¿Cómo hacer que una canción con el nombre de claudiaZOI no sonara… simple? ¿Cómo darle ese toque especial?», me preguntaba mientras el sonido de los transeúntes se desvanecía en segundo plano. Me quedé mirando las nubes flotando despacio, pero la inspiración seguía esquivándome.
Después de pagar la cuenta, caminé hasta un local con forma de barco llamado Nemo, un rincón en el puerto donde siempre me gusta sentarme a observar los barcos. La mezcla de madera vieja y el leve olor a sal siempre me calmaba, y esperaba que también me ayudara a encontrar esa chispa que me faltaba. Justo cuando estaba a punto de sentarme, un vagabundo se acercó con una sonrisa amable y me pidió unas monedas.
—Oye, chico, ¿tienes algo suelto por ahí? —me preguntó con una naturalidad que me descolocó.
Le di un par de monedas, y en lugar de marcharse, se quedó mirándome como si supiera algo que yo no sabía.
—¿Tú qué haces por aquí? —me preguntó mientras observaba cómo los barcos se balanceaban en el agua.
—Nada, pensando en una canción para una amiga que diga algo que ella cree que las canciones no dicen. Ya sé que suena algo loco —respondí con media sonrisa, sorprendido por la familiaridad de la conversación.
—Ah, ya veo, de esas que te salen o no te salen —dijo con una carcajada. Luego, tras un par de segundos, agregó—. Mira, chico, la vida es una canción en sí misma. Si tienes algo que decir, solo dilo. Y si lo que tienes que decir es para alguien especial, pues, más fácil todavía, ¿no? —dijo con un tono tan sencillo y despreocupado que me dejó nuevamente descolocado: descolocado al cuadrado.
—¿Sabes? Ella cree que no hay canciones con su nombre —dije, más para mí que para él.
El vagabundo rió fuerte, tan fuerte que algunos turistas del crucero «Anthem of the seas» que pasaban nos miraron.
—¡Bah! No importa el nombre, chico. Lo que importa es lo que sientes cuando lo dices. No es el nombre, es el momento… Another day in paradise, ¿verdad?
Me quedé mirándolo sin saber si reír o asombrarme por lo oportuno de la frase. Pero ahí estaba: justo lo que necesitaba. Lo dejé hablando solo mientras las palabras y la música comenzaban a fluir dentro de mí. Sin dudar, corrí de vuelta a casa. Las notas, las palabras, el ritmo… todo cayó en su lugar como piezas de un rompecabezas invisible.
Llegué y lo primero que hice fue sentarme frente al sintetizador de música. claudiaZOI, tu nombre ya tenía una canción. Y justo cuando el estribillo «Another day in paradise» salió de mis labios, supe que esa canción sería única.
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